Hola amig@s! ¿Qué tal? Vuelvo de vacaciones y, ¿qué me encuentro? A una Sevilla que sigue igual, anquilosada en el tiempo. Frenada por una curia que no quiere avanzar y resignada a que esto será así hasta que ellos quieran, que no se puede hacer nada. Nos arrebatan lo que tenemos, lo que es nuestro, ¿y no podemos hacer nada?

En más de una ocasión he afirmado que tenemos lo que nos merecemos. Durante años, los sevillanos, hemos presumido de tener la mejor ciudad, la mejor Semana Santa, los mejores artesanos y las mejores bandas, además de por supuesto las mejores hermandades. Quizás, una cura de humildad en ciertos momentos del pasado nos habría librado de ese lastre que nos acompaña y que desde hace un par de años es una losa inmensa que no somos capaces de levantar ni con la mayor de las palancas.
Tú, al igual que yo, escuchaste que tras pasar la festividad del 8 de septiembre se retomaría el culto público y que Palacio derogaría el Decreto. Estamos hoy a 12 de septiembre, día del Dulce Nombre de María, y aquí seguimos, como tontos mirándonos a las caras. Al principio nos decían que el 70% de la población con una dosis, luego que el 70% con las dos, después que el 80% con las dos, y ya vamos por casi el 90% de la población diana andaluza con dos dosis y aquí seguimos igual, sin avanzar y sin vivir.
Necesitamos vivir, necesitamos recuperar lo que es nuestro. Y no hablo de sacar un paso a la calle. Hablo de que los cofrades nos podamos reunir, sin miedo al qué dirán o a que un amargado te saque una foto y la suba a las redes criticando tu conducta, como buen policía frustrado. Hablo de que podamos sacar a nuestra imagen en rosario de la aurora o poder hacer una procesión de impedidos que lleve al Santísimo hasta aquellos hogares donde hace tanta falta y que tan sacudidos se han visto por la pandemia. Hablo de recuperar nuestra esencia.
Vuelven los toros, vuelve el cine y el teatro, vuelve el público a los estadio de fútbol, ¿y nosotros qué? ¿qué pasa con nosotros? Estoy harto de leer a personas demagogas asegurando que los cofrades nos creemos el centro del universo y que no todo es sacar un paso. Y lo que hay que decirle a esas personas es que no reclamamos sacar un paso, sino la libertad. La libertad de poder manifestar nuestra fe como buenamente queramos y como solo Sevilla sabe hacer.
Acabar una semana de un estrés laboral y personal asfixiante y poderte ir un sábado o domingo de otoño a disfrutar de una procesión de Gloria, yo no sé vosotros, pero para mí no tiene precio. Y a mí, al igual que a ti, que estás vacunado y que has seguido las medidas a rajatabla, me da impotencia y frustración que me estén arrebatando mi libertad, nuestra libertad. No hacemos daño a nadie, no contagiamos más que nadie y no somos unos locos. Cualquiera puede manifestarse o hacer una botellona, pero los cofrades no podemos sacar un paso a la calle.
Hay grupos políticos que han visto el cielo abierto, ya que por fin han logrado parar a los «fachas-capillitas». Hay señores de la curia que están celebrando, a golpe de vino y asado, que no se escuche una sola corneta en la ciudad y que no lleguen solicitudes semanales de coronaciones, nuevas hermandades o salidas extraordinarias. ¡Qué paz! Con lo agusto que se está yendo a la hermandad de turno, dando la misa a los cuatro de siempre y luego poniéndome hasta arriba de viandas. ¿Así quién quiere líos de pasos en la calle, miarma?
Pero yo espero, de corazón, que la Iglesia se manifieste abiertamente ante los problemas de la sociedad. El pueblo está pidiendo soluciones. Personas siguen siendo maltratadas, vejadas e insultadas solo por manifestar públicamente su condición sexual. Familias, antes con dinero, se ven ahora abocadas a pedir para comer. Los «nuevos pobres» los llaman. Afganistán ha protagonizado las portadas durante semanas de los principales tabloides del mundo. Y la Iglesia, ¿mira para otro lado?
¿Por qué Sevilla no tiene una Iglesia a la altura de las circunstancias? ¿Hasta cuándo van a resistir las hermandades? Las cofradías saben que ellas mandan sobre la Iglesia. La Iglesia ha fundamentado siempre su poder en el dominio que pueda hacer con su discurso sobre las masas sociales, pero si pierden ese respaldo entre los cristianos sevillanos, en su mayoría cofrades, ¿qué les queda? Si todas las hermandades se unen y se plantan, y con el beneplácito de las autoridades sanitarias (que son las que mandan en una pandemia) pueden retomar el culto público, ¿por qué no somos valientes y lo hacemos? Que no se señale una, que lo hagan todas. Que todas se unan y salgan a reclamar lo que es suyo. No son inflexibles, inconscientes, egoístas o intransigentes. Representan la fe de un grupo social, representan una situación muy difícil económica y social durante los últimos meses, y necesitan salir a la calle para volver a latir y a vivir.
Ya está bien de culpar a las bandas de todo. Ya está bien de que la Iglesia se quiera interponer en todo y creerse, con la potestad del Medievo, para marcar el camino de la vida. Aquellos tiempos acabaron. Las hermandades son Iglesia, pero antes son del pueblo. Y el pueblo está hastiado. ¿De verdad consideran que frenando la libertad de expresión de los cofrades van a lograr que la gente los respalde? Lo único que están incentivando es que nuevas generaciones acaben odiando al concepto arcaico de Iglesia. Después dirán que la Iglesia está por encima de las hermandades, pero lo cierto y verdad es que ellos mismos saben que son palabras vacía y que hace mucho, muchísimo, que perdieron esa batalla. Porque sin las hermandades no son nada. Las hermandades se apoyan en el pueblo, en la gente llana y las escucha. Y la gente, aún sabiendo que las hermandades no tienen dinero tras dos años de sequía se vuelca con ellas.
Quizás la Iglesia tenga envidia o tal vez esté frustrada al ver cómo las cofradías se han hecho con el poder de la ciudad, algo que antes les pertenecía. Y ahora, con un Decreto, un maldito Decreto absurdo y sin fundamento sanitario ya siquiera, están intentando tomarse la venganza por su mano. Definitivamente, el mundo se ha vuelto loco.