
Por Juan Avecilla.
Es Cuaresma, huele a incienso y a azahar. Ese nerviosismo y esta sensación mágica que solo esto me da está volviendo a florecer como cada año por estas fechas. Ese amor, ese eterno amor que cada año vuelve a comenzar para volver a acabar y así empezar una espera para volverte a mirar, nuestra Semana Santa, mi vida.
Aunque en realidad, este amor nunca acaba, porque aunque todo haya terminado yo te sigo esperando con la misma ilusión que siempre, la ilusión sigue intacta.
Miro atrás y recuerdo cuando iba a verte con mi abuela, y con aquella vecina «la del número tres», aquella que cada vez que me ve me recuerda lo grande que me he puesto, y que hay que ver lo he crecido, que vaya estirón he dado. Aquellas Semanas Santas en la que te miraba con la misma mirada que hoy en día, porque aunque los años pasen yo no te dejo de querer.
¿Cómo no te voy a querer? Si me paso el año esperando tu llegada. No se qué es el amor, no sé qué es lo bueno y lo malo, pero si se y creo con firmeza que el amor está aquí. ¿Porqué si no esperaríamos colas de tres horas por mirarte a la cara tan solo dos segundos? No existe más respuestas que esta, todo lo puede el amor, y así será siempre, por ello mismo cada año que pasa la ilusión no solo sigue intacta sino que crece, cada año espero con más ganas a mi querida Semana Santa.
Volverá el sol y aquella rampla en el Salvador, volverá el nazareno penitente y el chiquillo pidiendo estampitas, volverán las calles llenas de cera y la ciudad volcada a ti, volverán los tambores y la música, volveré a ver a mi virgen salir de su parroquia, radiante como ella sola. Porque Cuaresma siempre significó volver.